Por: El Padre Gallo.
Saludos a todos mis estimados lectores, es un día más, al parecer no es muy diferente a los que han transcurrido. De nosotros depende, si se convierte en una fecha especial. Quizá logremos que sea distinto, algo digno de ser recordado.
Mi comentario no es cosa de otro mundo, bueno es posible que ninguno de los que he escrito a lo largo de mi existencia lo sea. El caso es que, en ocasiones decido platicarles de mi vida personal. Por supuesto, que ninguna intimidad y no es por desconfianza claro.
Bien, la cuestión es que ayer me levanté a temprana hora, el sol estaba por hacer su aparición. Al salir a la calle, aprecié a lo lejos varios billetes. Procedí a recogerlos y me di cuenta que no era gran cantidad pero valía la pena. Al mirar alrededor, no vi a nadie, así es que los guardé en el bolsillo del pantalón. Me introduje a mi hogar.
Más tarde me di a la tarea de hacer cuentas, imaginé lo que podría adquirir con el hallazgo; hice planes. De improviso tocaron a la puerta, Salí a ver y era uno de mis acreedores, cumpliendo su obligación y recordándome la mía, me comento al respecto de mi pago vencido el día anterior. Por supuesto, precisamente voy a su empresa, le comenté.
Tomé el auto y lo encendí, con rumbo a una tienda departamental. La otra tienda puede esperar, hay poco combustible pero si alcanzo a llegar. Mientras tanto, seguí imaginando cual sería mi compra. Quizá una muda de ropa, hacen falta camisas pero también pantalones.
De esta forma, llegué cavilando al sitio designado. Me estacioné y el acomodador de autos me dijo: “Se lo cuido joven” Siempre los ignoro, solo que llevaba dinero y podría sobrar para su propina.
Que calor hacía, opté por sentarme un rato. Frente a mi estaba una hermosa señorita, ofrecía a diestra y siniestra ricos conos de nieve. Con una sonrisa en sus turgentes labios, me brindó a distancia su atención y pidió lo mismo. Al igual que ella sonreí, la venta ya estaba tratada, era cosa de pararme e ir.
Decidí comprarle al salir del lugar, total que tanto puede valer un pequeño conito, al fin y al cabo traía efectivo. Años sin probar un helado de estos, aunque pensándolo bien, nunca los he saboreado. Sería la primera vez, además la niña era bonita.
Antes de ingresar al lugar, estaba una ancianita cómodamente sentada en un sillón vibrador. De esos de piel, amplios y reclinables. Es el momento de probar que se siente, la ocasión lo amerita. Caray, como le hago, no traigo monedas. Al salir me sobrará alguna, que son cinco pesitos.
Madre mía, que de ropa. La camisa de cuadros está preciosa, no mejor la de rayas azules. Quiero esa gorra, la que traigo ya está decolorada, parece gorra de albañil (con el permiso y respeto de los albañiles) en fin, que de artículos había. Habría que escoger.
Iré por un carrito, ahí pondré lo adquirido. Tres horas pasaron y por fin me decidí, llevaría dos pantalones de mezclilla, algunas camisas de vestir, por supuesto la gorra gris; se vería bonita. Los calcetines que no se olviden.
Larga fila en las cajas, no era nada, iba a estrenar y no importaba. Al llegar mi turno la cajera me dice: “Crédito o efectivo” Efectivo señorita. Oh sorpresa, el dinero extrañamente había abandonado el lugar. Caray, me disculpa, cancele la compra; con su permiso.
Para variar, mi día de suerte se transformó en todo lo contrario. Debido a mi descuido puse el dinero en el bolsillo roto del pantalón. Sin lamentarme sonreí, al diablo la gasolina, el pago, el cuidador de autos, la exquisita nieve, el sillón vibrador, la ropa, lo del agua al agua; ni que hacer.
Nunca dejen para más tarde, lo que pueden hacer en ese instante. No se dejen llevar por el brillo del oro. Sobre todo una cosa, quizá la mas importante, jamás se pongan un pantalón con los bolsillos rotos; lo sabré yo. Así sea.