domingo, 2 de mayo de 2010

La Pluma del Día.

Por: Emilio Vázquez Alexandre.

Dicen que hace muchos años alguien muy poderoso, decidió colgar una bola de cristal llamada verdad en lo alto del cielo. La ató fuertemente con un cordel y esta se balanceaba sin caer. Los hombres volteaban a verla todos los días y durante horas, permanecían extasiados bajo su resplandor. Llegó el día que en que cansados de simplemente admirarla quisieron poseerla. Saltaban como chapulines sobre el prado verde de la campiña, no conseguían siquiera tocarla.

En alguna ocasión ya desesperados, tomaron piedras y con fuerza las arrojaban al aire hasta que lograron su cometido. La esfera que durante años permaneció intocable, se derrumbó en miles de pedazos sobre los seres en cuestión. Todos corrieron a conservar un trozo aunque fuera muy pequeño de la misma. Desde entonces se dice que todos tenemos un pedacito de verdad.

A lo que voy es que los humanos basamos nuestra vida y principios en ese fragmento que nos corresponde. Siempre abogamos por defender hasta lo imposible la parte de veracidad con que contamos. A veces esta no es lo suficientemente poderosa y solo queda como simple defensa sin fundamento. En determinado momento azorados por que la fuerza opositora es mayor que la nuestra recurrimos a la unión de partículas. Esto es que buscamos quien comulgue con nuestros ideales para que la contienda sea más fácil y efectiva.

Como decía un pariente: “los burros se juntan para rascarse”. Nos convertimos en férreos defensores de la fortaleza inexpugnable que es nuestro proceder, si este es correcto o no que importa. Sabemos que contamos para lo que se necesite, con nuestro pedazo de verdad que muy celosamente guardamos en nuestro corazón. Todo esto fomentado por la competencia interpersonal, por la guerra sin cuartel contra nuestros semejantes que osaron hacernos frente. El enemigo para atacar por todos los flancos son nuestros propios compañeros de barco, que intentaron amotinarse sin recato ni decoro.

Todo esto trae consigo una eventualidad tras otra, donde las soluciones son muy difíciles de encontrar en esta bélica tarea. Conseguir el apoyo incondicional en estos casos es elemental pues el unir fuerzas conlleva a lograr el triunfo aun en medio de lo irrazonable.

Hasta cuando seguiremos viviendo en un mundo donde no existe el recato, donde solo se trata de demostrar poderío atroz sin piedad alguna. Donde no habita el decoro en las emociones de los individuos, que al igual que nosotros están gobernados por su propia verdad. Elegir a quien demostrarle que nuestra congruencia con la vida es la correcta no es sencillo. Urge un real y sincero proceder que nos encamine a la Verdad Eterna, pues solo esta es perfecta. Así sea.