Por: Emilio Vazquez Alexandre.
Hace unos días pasaba frente a una veterinaria de la localidad y me llamó la atención un niño acompañado de su padre que se encontraba observando las pequeñas mascotas que ahí se exhibían. Las había de varias clases y razas lo mismo aguerridos canes que tiernos hámsteres.
Ninguno de los dos se decidía por cual mascota seria la mejor para regalársela a la hermanita menor que se había quedado en casa y esa seria su sorpresa. Después de un rato de cavilar frente a las vitrinas de exhibición se decidieron por un bello cachorro de labrador.
Los dos salieron muy contentos del lugar en cuestión y se dirigieron a su hogar muy felices puesto que lograron conseguir el regalo ideal para la pequeña. El perrito movía el rabo producto de la alegría que su instinto le indicaba y todo transcurrió en santa paz.
Casi diariamente se viven cuestiones parecidas en las familias de cualquier ciudad, en los hogares por lo regular siempre hay una mascota para diversión de los pequeñines. Lo irregular del caso es que después de unos días o meses aquel animalito tan simpático y divertido se convierte en una molestia para toda la familia.
No se pensó en el momento de su adquisición que crecería y en el hogar no hay espacio suficiente para tenerlo. La alimentación de un ejemplar de estos cuesta más que la manutención de una criatura, sin incluir las vacunas y la cita médica veterinaria con regularidad.
Aunado a esto el temor que la pequeñita de la familia sea atacada por el can pues a final de cuentas no posee el raciocinio y en cualquier momento la fiera puede salir por más sensible que sea el animal. Ya se han visto casos similares donde el que se supone cuida y protege se transforma en el que ataca y daña sin piedad.
Debe de existir la plena conciencia de la responsabilidad que se debe de tener en estos casos pues una cosa son los cachorritos que son hermosos y llaman la atención y otra los adultos en que se convierten con rapidez. Casi nunca se piensa en el futuro cuando se adquieren.
La mayoría de estos después de un tiempo acaban por convertirse en perros callejeros que circulan libremente por las avenidas del lugar y terminan atropellados por los conductores. Aunque algunos otros se dirigen a los tiraderos de basura pues al menos ahí hay comida que conseguir. Muy pocos son adoptados por algún buen samaritano.
Ojala la Sociedad Protectora de Animales cumpla con su deber encomendado y que las familias no opten por adquirir mascotas que con el paso del tiempo dejaran de ser una diversión para transformarse en un problema. Así sea.